el 4 de octubre en Madrid

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La máquina de proyectar sueños

sábado, 12 de marzo de 2011

Huracán x Sarlo

Opinión

El cambio de una militancia a otra

Beatriz Sarlo
Para LA NACION

Sábado 12 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa
Hace tiempo que no escuchaba vibrar las paredes de un túnel de subterráneo con cientos de personas cantando la marcha peronista: los golpes rítmicos contra la chapas de la escalera mecánica, los pies acompasados, las voces roncas pero persistentes. Hace tiempo que no viajaba en un vagón donde la felicidad de la fiesta que acababa de terminar en Huracán se prolongaba con los mismos cantitos: "No la toquen a Cristina; los vamos a reventar", era el preferido, pero todo con buena onda, como pidió, textualmente, la Presidenta en el final de su discurso. La buena onda de la gente se fortalecía en el sentimiento ganador.
El talento para la puesta en escena es un rasgo peronista, tanto en los duelos como en los festejos. Un gran estudioso de las culturas populares, el antropólogo Eduardo Archetti, nunca pudo olvidar el acto de Menem en River durante la campaña que lo llevó por primera vez a la presidencia. Evocaba el ambiente de recital y, sobre todo, la llegada de Menem, como una estrella pop, vestido de blanco, destellando bajo la luz de los seguidores. Archetti, que no era peronista, se entusiasmaba con estos fastos de la política criolla y no porque le faltaran posibilidades de comparar: vivía en Europa, pero conocía bien Africa y el resto de América.
El acto que tuvo lugar ayer en la cancha de Huracán no es uno más en la serie que el peronismo inauguró en los años 40. A diferencia de aquellos actos de la historia, el de ayer no tuvo como protagonista a la "columna vertebral" formada por los sindicatos, sino a la nueva columna vertebral: la de las organizaciones sociales y juveniles. El cambio de una a otra militancia indica un cambio de época: del trabajador integrado al activista social que comenzó su camino en el barrio, con los subsidios y los planes. También la juventud es distinta. Cada vez que se dirige a ella, la Presidenta celebra que los jóvenes de hoy no hayan tenido que pasar por las pruebas por las que pasaron los de su generación. Aquéllos tuvieron que rebelarse y dar la vida. Estos sólo tienen que profundizar el proyecto. Ustedes la tienen un poco más fácil, podría escucharse como subtexto.
Un lugar vacío
El 11 de marzo ha venido a ocupar un lugar vacío, ya que el 17 de octubre no estuvo en estos años entre los fastos de la nación peronista, probablemente porque, a lo largo de la historia, la fecha fue reivindicada por todos en el movimiento y es difícil reciclarla ya que, para hacerlo, también hay que reciclar a Perón. Por lo tanto, el 11 de marzo es la fecha indicada.
Unicamente el peronismo tiene la capacidad de convertir estas conmemoraciones en un puro presente. Los radicales, en cuanto mencionan el año 83, no sólo son acusados de nostálgicos, sino que ellos mismos llegan a repetir esa acusación. Los peronistas, en cambio, que son ideológicamente innovadores (fueron neoliberales rabiosos en los 90 y ayer Cristina recordó con orgullo la Cumbre de las Américas de 2005), no tienen problemas en recoger los restos de una historia y reciclarlos. El 11 de marzo no es una fecha inadecuada: ese día de 1973 el peronismo, por primera vez en 18 años, ganó unas elecciones nacionales. Desde entonces estuvieron más años en el gobierno que los que pasaron proscriptos.
Decir que el discurso de Cristina Kirchner no estuvo entre sus intervenciones más complejas es aceptar lo evidente. No fue una intervención doctrinaria porque no podía serlo. Cumplió con los deberes retóricos y sentimentales. Fue corto y sencillo. Se trataba de un estadio, de una fiesta, teñida (como las buenas fiestas familiares) por momentos de tristeza. Es muy difícil, en tales circunstancias, evitar los lugares comunes. La gente precisamente va a reforzar esos anclajes de identidad y va no a que le cuenten algo nuevo sino a que le recuerden la historia ya sabida. El discurso de Cristina Kirchner fue un puro gesto de comunicación, un mensaje que transmitía un solo hecho: estoy aquí, frente a ustedes, soy yo la que recibo de ustedes mi fuerza. Este mensaje es lo que dice que es. Sólo un acento: reciban a todos los que se nos acerquen, "no se dejen enroscar ni se enrosquen en discusiones bizantinas", construyamos desde la diversidad: el frente electoral en marcha ha abierto una nueva etapa "diversa".
El objetivo
En realidad, cuando Cristina habló, el acto ya había cumplido su objetivo. Se trataba de una ceremonia para la Presidenta. Hecha para ella, le garantizaba que esa militancia de La Cámpora, del Movimiento Evita, del Frente Transversal eran sus fieles compañeros. Una especie de "cabildo abierto" con clima de concierto cumbre, del que el peronismo histórico ya tuvo antecedentes.
Sobre el escenario estaban todo el gobierno nacional y algunos gobernadores. Nadie pedía papeles: Gioja al lado de Timerman y de Capitanich. Por ahora, la única que puede pedir papeles es Cristina, lo que equivale al reconocimiento de su conducción y a que las corrientes organizadoras están convencidas de que la Presidenta los ha elegido.
Los teloneros de Cristina fueron los representantes de estas corrientes. Allí, si el clima de cancha y festival lo hubiera permitido, podrían haberse detectado matices. Edgardo Depetri terminó con un triple grito: "¡Mucha unidad!", que puede tomarse como una advertencia. Andrés Larroque, de La Cámpora, presentó un tema que los kirchneristas han hecho suyo: "Estos miles de jóvenes son los soldados de la batalla cultural". Fernando "Chino" Navarro ofreció un discurso clásico, pero cautamente no personalista: "Para resolver las asignaturas pendientes necesitamos mucho Estado y mucha militancia".
Cuando Cristina Kirchner subió al escenario retumbó todo Parque Patricios y se encendieron en el atardecer las luces del estadio.
Delante de ella estaban el espacio reservado al periodismo y, en el medio, un centenar de militantes de la Juventud Sindical; fueron ellos quienes vieron más de cerca a la Presidenta. El peronismo nos ha acostumbrado a todas las sorpresas, incluso a las agradables. Antes, en los años 70, la Juventud Sindical, cuando no se tiroteaba, se agarraba a golpes con la militancia que hoy se celebra.