sábado, 18 de diciembre de 2010
viernes, 17 de diciembre de 2010
Esta Noche: Radio!! Alan Pauls, Romina Paula, Orquesta Inestable....
Alan Pauls DJ |
Romina Paula se confiesa |
confesora CeciSz (yo) y la fabulosa Orquesta Inestable. |
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Extasis y agonía en diciembre
lulú-la secretaria-una et moi pleno pasaje de poderes. |
lulú encandilando
"Le tiré los lácteos", muy buena la frase acuñada por Rubén, el peluquero de Una que ya ha sido visitado x La Secretaria. El hombre, un genio de las tijeras (corta bien cualquiera sea su estado) fue al choque con LS al esgrimir la gorilásea frase "Esa Perra", una especie de reemplazo para "Esa Mujer".
Llegué con gripeta a full aclarando que me iría temprano. pero la noche de calor mágica me fue envolviendo en el magma de las corrientes femeninas y así recién partimos ante la inminente caída de perciana metálicamenazaba con partirnos el craneo al medio. ya tengo nostala de ayer a la no
martes, 14 de diciembre de 2010
domingo, 12 de diciembre de 2010
Tarantino y yo!!
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Ahora todos parecen anhelar hacer confesiones. Y pedirlas. Una verdadera corriente de pathos alrededor de uno mismo. ( Nota: corregir la constante autorreferencia, defecto que se pone en evidencia en cada una de estas notas al pie. Sólo con el ánimo de aplacar la curiosidad manifiesta de los lectores es que reproduzco la humillación que develé ante mi primer Confesionario.
) Escribí un libro en la última década del siglo pasado. Lo hice con una compañera de trabajo, aunque ella era la redactora estrella de este diario, el de mayor tirada de Buenos Aires, y yo, una modesta colaboradora que cobraba a destajo por cada artículo que publicaba. Para ingresar al diario debía entregar mis documentos a un empleado en el hall del edificio. A cambio, me colgaban de la pechera un ofensivo cartel que denunciaba mi condición de VISITA (apenas podía, yo desenganchaba el cartel y lo ocultaba en un bolsillo). Desde unas estrechas sillitas, las otras visitas y yo aguardábamos a que un verdadero redactor aprobara nuestro ingreso. Esas sillitas fijaban con precisión nuestro lugar en el mundo. Sólo teníamos que mirar a nuestros costados: informantes de la sección Policiales, actores de tercera línea, pasadores de carreras de caballos, deportistas en baja; todos ellos eran lo que yo, esto es: nadie. Una chica que no podía pagar las facturas de luz y que escuchaba elBolero de Ravel porque alguien había olvidado el disco en su casa.
La obra literaria en cuestión, un vulgar libro de chismes, merced a la eficacia de mi coequiper se hizo inmensamente popular. Fue nota de tapa de la revista dominical más leída, durante cuatro meses se hicieron concursos radiales de preguntas y respuestas sobre los personajes del libro, mi coequiper y yo nos maquillábamos en los taxis rumbo a las entrevistas en TV; firmamos cientos de ejemplares en la Feria del Libro; por la calle nos topábamos con desconocidos que gritaban nuestros nombres; los artistas, los escritores nos trataban como si fuéramos uno de ellos, como si compartiéramos su genio. Lo peculiar de esta celebridad es que se presentó con tal naturalidad que produjo el efecto de confundirse con personalidad. Quiero decir que parecía que todo siempre había sido así. Y que sería siempre así. Se vendieron diez ediciones del libro. Cincuenta mil ejemplares. Pagué la cuenta de la luz, entre otras cosas.
Las fiestas, los halagos, las sustancias euforizantes, las sustancias relajantes me produjeron una deliciosa amnesia, amnesia que afectó directamente la corteza en la que se hallaban incrustadas las sillitas del hall del diario. Luego, con el paso de los meses, los sonidos comenzaron a templarse. Las luces titilaron, los cócteles menguaron, los amigos también, hasta que, en una de las últimas fiestas, un fotógrafo se acercó. ¿Cuál es el momento exacto en el que una persona deja de ser famosa? Puede medirse con relativa precisión el momento en el que una persona comienza a ser famosa, pero no es tan sencillo registrar el de su ocaso. Una posibilidad es fijar el día en que un fotógrafo, en una fiesta llena de celebridades, luego de disparar unos flashes se le acerque y en un susurro le pregunte su nombre. Pero el verdadero último estadio de la humillación es el momento en que un fotógrafo le hace, en vez de una, dos preguntas: la primera, el nombre; la segunda, su número telefónico. Ese fotógrafo no trabaja para un medio periodístico. Al día siguiente de la fiesta llamará al ex famoso y le ofrecerá las fotografías que le sacó junto a las celebridades a razón de unos cien pesos cada una. Yo no las compré.
Las cosas habían vuelto a acomodarse en la misma sillita estrecha en donde habían comenzado. No tuve que escuchar más música de rock. Ya no era la chica más moderna de Buenos Aires. Y es que, olvidé contarles: por una combinación azarosa de factores, aquella fama, además, me había señalado como el arquetipo de la modernidad. Otra confusión entre fama y personalidad. No, yo no era una chica moderna. No era una cuestión de personalidad. O sí, era una cuestión de falta de personalidad. Cuando se fue la fama, se llevó mi personalidad.
Hace un par de meses, cuando me invitaron a leer un manuscrito en el ciclo Confesionario, lejos de alegrarme porque alguien volviera a acordarse de mí, fui presa de un ataque de pánico. En el Confesionario leían sus escritos personales notables poetas y artistas, finos escritores: ¿por qué fui yo invitada a leer mis “textos”? La respuesta me llegó unos días más tarde, cuando, convenientemente medicada, entré en el Centro Cultural Ricardo Rojas. Allí me esperaba la creadora del ciclo, Cecilia Szperling, junto con las dos directoras más brillantes, jóvenes y consagradas de la escena artística de Buenos Aires. Entonces comprendí que la operación que efectuó Cecilia Szperling al invitarme a mí, Laura Ramos, a leer mis escritos fue la misma operación que efectuó Quentin Tarantino al invitar a trabajar en sus películas a John Travolta y a David Carradine, los cascados, envejecidos héroes de Fiebre de sábado por la noche y Kung Fu .
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