el 4 de octubre en Madrid

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La máquina de proyectar sueños

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Gran fiesta en una casa




PorPOR LAURA RAMOS “Me olvidé una parte del cerebro en algún lugar”
La última gran fiesta fue en la casa de mi mejor amiga, sobre la calle Santiago del Estero, la madrugada en que una chica rolliza y sexy, cuyo aspecto responde a lo que algunos definen como emo, su novia y varios extraviados más abrieron las botellas de cerveza estampándolas contra heladera, azulejos o cualquier superficie rígida que les opusiera resistencia, de tal manera que dejaron la cocina hecha añicos. 
Por los pasillos que unían pista, cocina y saloncito sólo podíamos avanzar patinando, tal el estado líquido de los pisos, esos mármoles blancos y negros resbaladizos tan frecuentes en las casas viejas de Monserrat. El único sitio seguro para evitar caídas, eventualidad que nos preocupaba a quienes como nosotros, adultos inmaduros, una caída podía significar, con la más benévola de las posibilidades, una fractura intracapsular de fémur, lo cual conduciría indefectiblemente a una cirugía artroplástica, la colocación de una placa tornillo, unos clavos de Ender u otra prótesis, era la diminuta pista de baile, porque allí el balanceo de los cuerpos tan apretados unos contra otros hacía imposible un descenso. 
Sobre la mesa de la mezcladora los discos que pasaba Leo García se apilaban entre vasos, botellas vacías, charcos de hielo derretido, papeles de caramelo plateados y una media negra de seda arrugada, con una liga ridícula.
Al haberse convertido el toilette en un lugar de acceso no sólo inutilizable a causa de que nunca entraban o salían menos de dos personas cada vez, sino de su alta toxicidad, abrimos la puerta del baño privado de mi amiga y nos encontramos con una pila de sillas del comedor, a la sazón desarmado para despejar la pista.
Alguien vino a avisar que el muchacho que habíamos contratado para que vigilara la puerta de la casa y que cobraba $ 5 a cada invitado, había huido con lo recaudado y que tendríamos que pagar de nuestros bolsillos el alquiler del equipo de sonido y las ciento veinte botellas de bebidas. 
Pero Leo había puesto a los Pet Shop Boys remixados por Guy Boratto y nos fuimos al pogo a dejarnos llevar. Los extraviados bailaban unos apoyados sobre otros, armando un puente que se derrumbaba a cada momento para volverse a alzar. Uno que manejaba las luces se había sacado la ropa y bailaba en tacos aguja y slip. El vapor que emanaba de la pista humedecía el aire en una nube que nos abarcaba a todos en una identidad única, promesas de lealtad, un ideal mítico, una nueva forma de vida. (Nota: Consultar al psiquiatra sobre los efectos secundarios de los psicofármacos combinados con la electrónica.)
Fuimos al saloncito a reposar un rato, pero los sillones estaban ocupados por la ropa de los que se estaban cambiando. (Precaución: eludir por todos los medios la mención a los desnudos en estas notas al pie.) 
Al regresar, un rayo de luz que despedía la claraboya del techo nos hirió los ojos. La fiesta llegaba a su fin. Como diría Kodwo Eshun, la noche se había tragado al día. Debíamos irnos a dormir; nuestras glándulas suprarrenales habían trabajado en esa noche el equivalente a treinta noches. Necesitaríamos dos días para recuperarnos. O, como cantaban los Pulp: “Mamá, no puedo volver a casa porque olvidé una parte importante del cerebro en algún lugar”, con la salvedad de que esta vez “mamá” éramos nosotros.
Entre los últimos de esa fiesta, que pareció condensar en sí tantas fiestas, el único que parecía conservar sus facultades intactas era G. C., a quien un cretino calificó de “careta” por esa razón. Decidimos, antes de irnos, recoger los vidrios esparcidos por la casa. Con escobas, palas, bolsas de residuos, saludábamos a los que salían. La chica sexy con su novia y sus amigos se dirigía a la puerta. Llevaba en la mano una botella de la que bebía a cada momento y nos saludó con su pelo. Mientras reuníamos una montaña de colillas de cigarrillos advertimos que nos había tratado de usted.
(Pensamiento a desarrollar: ¿a quién se le ocurrió mezclar generaciones en un lugar de esparcimiento?).

1 comentario:

Nicolás dijo...

estaban los niños sabios en la pachanguex?