MM: Quizás vendría bien un poco de escolástica. En este momento se llama crónica hasta a la basura póstuma de un escritor: es una manera de colocar el producto en el mercado. O se usa indistintamente “crónica”, “no ficción” y “nuevo periodismo”. Me parece que la no ficción –desde los textos de Truman Capote y Rodolfo Walsh hasta los de Cristian Alarcón– está más del lado de la investigación y se basa en un modelo casi parajudicial donde el cronista ocupa el lugar del juez. El nuevo periodismo propone una expropiación de recursos literarios, un trabajo meramente formal donde puede generarse el efecto desde la escritura de que hasta el más mínimo detalle pudo haber sido investigado.
MC: Lo que más me preocupa es que la crónica está un poco hipervalorada. Hace poco escribí un artículo contra los cronistas. Yo venía de un encuentro en Bogotá que armó la FNPI, llamado “Nuevos cronistas de Indias”, que era como un intento de sanción institucional de la nueva movida de la crónica. Estuve tres o cuatro días encerrado con cuarenta o cincuenta tipos que ponían cara de busto y se hacían los importantes, los distintos del periodista y del redactor, y para los que ser cronistas era poner en escena dos, cuatro, cinco tics narrativos de lo más banales; yo siempre había pensado que para ser cronista había que pararse en el margen y estos estaban parados en un pedestal. Y lo que me sorprendió fue que, a lo largo de esos debates sobre “la crónica”, en ningún momento hablamos de política. Entonces dije que eso me sorprendía porque a mí la crónica me importaba en la medida en que era política, no en cuanto que hablara de política. Hacer crónica es plantarse frente a la ideología de los medios, que tratan de imponer ese lenguaje neutro y sin sujeto que los disfraza de purísimos portadores de “la realidad”, relato irrefutable. La crónica que a mí me interesa dice “yo”, no para hablar de mí sino para decir “aquí hay un sujeto que mira y que cuenta”. Entonces, en esa situación, tuve que recordar que la crónica, por el hecho de mirar a otros lugares –esto es viejo como la mierda– era política; porque de veinte o treinta cronistas que había ninguno habló de eso, como si ser cronista ahora fuese formar parte de una calidad bien considerada.
3 comentarios:
María Moreno me enseñó la cualidad esencial de un cronista: escribir sobre los demás en lugar de sobre uno mismo.
Gracias Ce.
Esta nota, y la de Aramburu. Buenisimas.
Sos un extracto a tanto ruido.
EdC
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