el 4 de octubre en Madrid

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La máquina de proyectar sueños

jueves, 2 de noviembre de 2006

tercer confesionario



junio 04

¿Que es más confesional? ¿Un amor que nos dejó o cómo se vive sin dinero? ¿Contar una alucinación o lo que me dijo el psiquiatra? ¿Qué es más difícil de contar, que ahora él tiene un novio y yo tengo una novia, o que una familia está dominada y sojuzgada por uno de sus integrantes? ¿Qué es más confesional lo que escribí en mi diario íntimo o un diálogo con interior en la ducha?
En Confesionario, historia de mi vida privada, se cuentan toda estas clase de cosas. Crónicas nocturnas, ambigüedad frente a los fármacos, lo banal y lo intenso, Una tarde de locura, alcohol, exceso y desproporción. La contemplación y todo lo que pasa frente a mis narices sin hacer nada. Las dificultades de tener una pareja alcohólica, pequeñas obsesiones por alguien que creemos ver y escuchar en todas partes. Seducción y frustración.
Confesionario, Historia de mi vida privada. Máxima intimidad con el imaginario ajeno.



Leen:
Albertina Carri- Lola Arias– Laura Ramos

Presenta:
cecilia szperling

jueves, 26 de octubre de 2006



lolita no para



rocco y lola juegan juntos



CULTURA | LIBRO
Secretos íntimos y vergonzantes de artistas y escritores
Integran un conjunto de textos compilados en un libro de Cecilia Szperling, escritora y promotora cultural publicado por la Universidad de Buenos Aires. La palabra confesionario fue el disparador de un ciclo de mesas redondas que comenzó en 2004 en el Centro Cultural Rojas, donde artistas de diferentes disciplinas se animaron a contar sus intimidades.









CULTURA | LIBRO
Secretos íntimos y vergonzantes de artistas y escritores
Integran un conjunto de textos compilados en un libro de Cecilia Szperling, escritora y promotora cultural publicado por la Universidad de Buenos Aires. La palabra confesionario fue el disparador de un ciclo de mesas redondas que comenzó en 2004 en el Centro Cultural Rojas, donde artistas de diferentes disciplinas se animaron a contar sus intimidades.


La palabra confesionario fue el disparador de un ciclo de mesas redondas que comenzó en 2004 en el Centro Cultural Rojas, donde artistas de diferentes disciplinas se animaron a contar sus secretos más íntimos o vergonzantes ante el público, una serie de textos reunidos ahora en un libro recién publicado por la Universidad de Buenos Aires.

"El germen del ciclo lo comencé hace diez años en bibliotecas municipales. En ese momento eran muy pocos los escritores que querían contar algo personal pero en este último tiempo hubo un cambio muy grande", dijo a Télam Cecilia Szperling, escritora y promotora cultural.

"Vertiginosamente los mismos escritores que les había parecido una idea ’obscena’ o decían ’a quien le iba a interesar’ o les daba pudor, cambiaron de idea", agregó.

"Al empezar el ciclo en el Rojas en 2004, ya había escritores trabajando sobre la autobiografía, lo que permitió que dieran las columnas iniciales -contó-. El caso de Alan Pauls (escritor) que publicó "El pasado", basado desde la ficción en la experiencia personal. Había un interés por trabajar con la propia historia".

A fines de 2003, Daniel Molina, director del área Letras del Rojas, convocó a Szperling para que coordinara el ciclo a partir de la pregunta: ¿Qué es contar algo personal? y ¿Qué es escucharlo?

El ciclo estuvo marcado por el cruce de esos textos impuros, en los márgenes, que reinventaban a su vez la idea del ’confesionario’. "Desde el principio traté de conformar mesas con ciertos cruces y con cierta diversidad. Para elegir a los invitados me manejé con la intuición, pero pensando en el espectador, que pudiera armar una especie de calidoscopio", dijo.

Los encuentros de menos de una hora eran de tres invitados como máximo que leían por espacio de diez a quince minutos, algo corto. Muchas veces el público participaba y hacia preguntas siempre en sintonía con la idea del ciclo.

El libro incluye los textos de Moro Anghileri, Lola Arias, Gabriela Bejerman, Marcelo Birmajer, Rosario Bléfari, Albertina Carri, Mariana Chaud, Marcelo Cohen, Edgardo Cozarinsky, Washington Cucurto, Javier Daulte, Mauricio Kartun, Anna Kazumi
Stahl.

También de Martín Kohan, Daniel Link, Daniel Molina, María Moreno, Susana Pampín, Sergio Pángaro, Alan Pauls, Pablo Pérez, Martín Prieto, Laura Ramos, Martín Rejtman, Patricia Suárez, Maxime Swann, Hebe Uhart y la propia Szperling.

"En mi caso yo publiqué en el ’97 un libro de relatos que se llama ’El futuro de los artistas’, todo historia personal, al igual que Daniel. El ciclo fue como tocar en grupo la música que vos hacés. Por eso siempre estuvo en nosotros lo de formar parte de la propuesta", apuntó Szperling.

Hablando de confesionarios concretos, Szperling mencionó el de Bléfari (actriz): "es inevitable el top five de las confesiones y ella estuvo fantástica, dijo: ’voy a leer lo que me dé más vergüenza’ y se lanzó con el tema del dinero, el más difícil, ahí entra la ideología y el dinero de los otros. Un tema muy tabú".

En esa línea, "también está el confesionario de Pángaro (cantante y compositor), que cuenta una envidia profesional, es algo que no se cuenta por lo general".

Para Szperling el confesionario más honesto no es el mejor: "me parece una propuesta imposible. Hay palabras que no reflejan la realidad, aunque sean muy verdaderas. Y algunas veces una verdad esta reflejando otra o ocultándola".

Cada confesionario tiene su particularidad: "Pablo Pérez (guionista y escritor), por ejemplo, abordó el tema del pecado. El dijo que iba a preparar un texto especial para el ciclo y así lo hizo. Susama Pampín (actriz) le escribe a su padre y Anna Kazumi (escritora) desarrolla todo un tema familiar marcado por sus orígenes".

De carácter lúdico, "el juego siempre es serio", el confesionario también se puede leer como una indagación sobre la literatura. "La pregunta es sobre la relación entre ficción y vida privada. Algo constante. Cuando uno tiene que poner el yo en memoria, la autobiografía le pide a la ficción para ser creíble".

Según Szperling, los actores en comparación con otros artistas pueden darle una mayor encarnadura a la lectura de sus textos. "Algo más ’performático’ que tiene que ver con lo que hacen a diario, también son los que más gente convocan porque se mueven en grupo. En cambio los escritores no avisan a nadie, les gusta presentarse sin hacer mucho ruido".

Además, el libro intercala textos escritos por Szperling, "que aparecieron publicados mes a mes en la revista del Rojas, como capas agregadas a la propuesta inicial a través de lo que dejaban los invitados o el público. Para la recopilación del 2006 (no hubo ciclo en 2005) que se está preparando, se van a agregar fotos para mostrar un registro completo de esta experiencia".

"Ya no hay escritores que se nieguen a participar tengo una lista inmensa para los próximos confesionares. Siempre para leer algo personal, escrito para el ciclo o algún material sin una salida clásica que con esta propuesta puede tomar envión", concluyó Szperling.

















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segundo confesionario





mayo 2004


Mayo





Me acuerdo haberle comentado a Ian McEwan ( Expiación es su último libro) en una entrevista en su casa de Oxford, sobre su libertad al escribir sobre ciertos tabúes sexuales. ‘Libre”, me contestó, “no me siento. Libre es Phillip Roth que puede hablar mal en sus libros de su ex –esposa. Yo sin embargo nunca lo haría y eso es una gran limitación.”
En Confesionario, historia de mi vida privada, los escritores saltan el límite de lo prudente y lo adecuado. Pueden hablar sobre mal de sus ex – esposas o esposos. Pueden acusarlos de borrachos y perezosos. Cuentan escenas de seducción con sus hijos o reconocen sentimientos tan incorrectos como la envidia sobre otro artista en ascenso o más talentoso. Inclusive se juegan bromas entre ellos. Declarar odios, amores insanos, preferencias y turbaciones. Reconocer mentiras, estafas y engaños. La historia personal es siempre interesante. Nunca aburrida. Es siempre un desafío y un secreto susurrado al oído. Estoy herido, resentido, no te quiero más, nunca te quise. El protagonista cuenta su historia sentimental. Después el público puede preguntarle lo que quiera.

Confesionario, Historia de mi vida privada. Una propuesta sentimentalmente incorrecta.





leen : Martín Prieto - Fernanda Laguna - Susana Pampín.



presenta: cecilia szperling


Lolita no para

miércoles, 25 de octubre de 2006

telammmm


http://www.telam.com.ar/home.php

primer confesionario


Para evadirse de las miserias propias, nada mejor que la ajenas!

Autobiografías y recuerdos de otros. Mentiras sucias, derroche de dinero,
persecuciones policiales, fracasos absolutos en cuestiones absurdas,
deseos no correspondidos, plegarias no atendidas, tontos egos heridos, falta de
nobleza, de madurez, de sensatez, placeres vergonzantes, exceso de
ingenuidad, exceso de cinismo.
Cartas, diarios, mails, conversaciones telefónicas.

Límites y alianzas entre la ficción y la autobiografía.
Confieso que me equivoqué, que estoy arrepentido. Estuve mal,
lo siento igual rompí tus fotos y no contestaré tus llamadas.

Al terminar, una pequeña conversación con el público sobre verdad y ficción, recuerdo y
presente, fantasías reales. Límites de lo que se puede contar. ¿Es posible
contar los asuntos privados de las personas que amamos?

Confesionario Marzo 2004
piloto. primera temporada
leen: Alan Pauls, Hebe Uhart, Sergio Pángaro.
idea, anfitriona: Cecilia Szperling

lluvia



estoy esperando que llueva...

confesionario-Historia de mi vida privada




confesionario fue un encuentro. Ahora es un libro...repleto de amigos!!!

Martín Rejtman, Alan Pauls, Rosario Bléfari, Laura Ramos, Maxine Swann, Daniel Link, edgardo Cozarinsky, Marcelo Cohen, Marcelo Birmajer, Javier Daulte, albertina Carri, Gabriela Bejerman, Anna Kazumi stahl, Martín Kohan, María Moreno, Daniel Molina, Sergio Pángaro, Hebe Uhart, Mauricio Kartún, Mariana Chaud, Lola Arias, Susana pampín, Martín Prieto, Pablo Pérez, Patricia suárez,Washington Cucurto, Moro angheleri.

La primera temporada de Confesionario, formato libro.


Hoy tengo el libro de Confesionario- Historia de mi vida privada- waw!!!!!!

martes, 24 de octubre de 2006

¿A quién querías más?


Nikita era la chica linda de doce, trece o catorce, pero para mí era de 19. 19 era la edad que yo quería tener porque pensaba que todas las mujeres tenían más o menos 19 años. Sus hermanas eran las mellizas gordas, lechosas, deformes. Debían tener 9 o 10. Yo debía tener 6 o 7.

Las tres vivían en una casa antigua inmensa lindante con la mía. Yo vivía con padre, madre y mis dos hermanas. Ellas tres vivían con sus abuelos y su madre, que estaba loca, vivía encerrada en el altillo de la casa. Pensarán que es un argumento sacado de “La mano en la trampa” de Torre Nilsson o de la mitología porteña de los caserones con la loca oculta. No lo es. Vi a esa loca, pelo largo negro cara angulosa, gritar y zamarrearse desde el balcón terraza del cuarto de mis padres en el primer piso. Ella estaba en la terraza de su casa, a la altura del segundo piso de casa, por lo que apenas llegué a ver parte de su rostro. Pero desde ese balcón se podía espiar perfectamente los movimientos del patio de la casa vecina. Veía ese patio como se ve desde un palco la platea en un teatro de ópera. Con la distancia suficiente como para ver todos los movimientos de los asistentes, incluso hasta descubrir sus preferencias y simulaciones sociales.

La casa de al lado era un teatro. Tenía un inmenso salón en el medio y una escalera que subía a un primer piso. Un balconcito con baranda seguía a la escalera que bajaba por el otro costado. Era un teatro con cortinados de colores papales. Una casa detenida en el tiempo. Con dos viejos a punto de morir. Las chicas estaban libradas a su suerte. Las mellizas siempre peleaban entre ellas. En cambio Nikita se encerraba en una especie de estudio pequeño que a través del jardín delantero y las rejas de entrada daba a la vereda. No me acuerdo como llegaba a esa casa, ni tampoco como me iba. Porque la verdad no era para nada un paseo preferido y por algún motivo me recuerdo siempre allí sola, sin mis hermanas inseparables, ni otros vecinos con los que también jugábamos.

Pero allí estaba, en el desván de Nikita, viendo sus travesuras y esperando que sus abuelos la retasen y le gritaran. Ella fumaba, bailaba, se llenaba el cuerpo con tatuajes, se pintaba las uñas, usaba tacos. Todo lo que sus abuelos no querían. Las mellizas parecían hijas de otros padres. Jugaban en el taller de costura de su abuela, un lugar que mostraba un esplendor rancio de vestidos amarillentos, máquinas de coser en desuso y fotos de antiguas glorias.
El día que subiendo la escalera di con el salón de costura espié a las mellizas pero no me animé a entrar. Cortaban telas en silencio y creo que jugaban a la ama y la esclava. Una tenía que hacer todo lo que la otra le indicase. Y ese juego, tan cerca de la madre loca, me asustó un poco. Además estaban acompañada la una con la otra y el mundo parecía terminarse ahí, entre ellas.

Nikita estaba sola y abría un poco las persianas para espiar a los transeúntes. Y para que la espiaran a ella.
Un día en que ella bailaba se apostó a mirarla un soldado de la marina vestido de uniforme. Era el novio de mi maestra particular que vivía enfrente, me lo había presentado una tarde mientras calcábamos mapas y me había mostrado un regalo de amor. Era una oreja humana flotando en formol en un frasco.

Pero yo no conectaba con la actualidad. Si la casa vecina era de la era de los abuelos de Nikita, como de noche de opera, la mía era como de cine de Hollywood. O sea una casa casi sin señas de modernidad, ni tele, ni jeans, ni Charly García.
Así, pasé una infancia en un pasado muy antiguo y lejano al presente de ese momento. Y algo de eso aún conservo hoy porque la actualidad, se trate de la crisis del 2001 o del tsunami arrasando a miles de personas siempre me parece irreal. En el fondo a mi infancia la veo como una preparación para la muerte, un lugar oscuro, vacío, donde ocurren cosas extrañas, fuera del dominio de uno.

Ahí estoy otra vez en la casa vecina. Amenazada por los abuelos retadores, en mi casa nadie gritaba, por la madre loca y por las mellizas costureras que se entendían sin hablar y que podían decidir cocinarme en una olla o usarme de maniquí viviente, llenarme de alfileres y no dejarme volver a casa.

Sin embargo, y para hacer justicia, debo confesar que mi primer momento teatral mi primera actuación completa fue allí, en ese salón una noche de navidad. Fui el niñito Jesús en una cunita hermosa del pesebre viviente. Mis hermanas estaban y también había parientes de las mellizas que después de cantar “llegaron ya los reyes y eran tres…” me aplaudieron y depositaron regalos junto a la cuna, fue un momento increíble, un momento católico que me marcó terriblemente y que me dejó de alguna manera en deuda con Jesús, los reyes, la virgen María y el humilde Carpintero. Tampoco sé como fui a parar esa noche y porqué mis padres no reclamaron por nosotras hasta que volvimos. No recuerdo que nunca mi madre me haya ido a buscar a esa casa, tampoco recuerdo comentarios sobre ellos y tengo la impresión que eran unas excursiones sobre las que ni contaba ni preguntaban.

Pero ahí estaba yo espiando sin ser notada a la hija de una madre loca y un padre vaya a saber qué abandonada a la suerte de unos viejos…

Esa mañana, mi mamá trabajaba en el Hospital Rivadavia y mi papá se había ido a su oficina, yo había faltado a la escuela. Y ahí me escurro de mi casa y llego al caserón, ¿salté el muro? ¿entré por la puerta abierta? Ni idea.
Corro una cortina, era tan antigua que veo a este recuerdo como un recuerdo de mi mamá o de mi abuela…pero es mío! Y veo por esos vidrios cuadrados a Nikita con Goyita!…Goyita era la niñera que me cuidaba. Ella nos hacía bailar por las noches y también se iba y volvía antes de que mis padres regresaran. Bueno, si, un día la descubrieron…pero fue después de muchos años de dejarnos dormidas y darse la escapada.

Goyita debía tener ¿15? ¿19? Ya les dije que todas las mujeres, las que no eran niñas tenían 19, podían ser novias, madres, maestras, actrices. Tenían un año más que 18 y entonces…eran libres!

Nikita y Goyita bailaban apretadas. Su pecho uno contra otro era la fuente motora de ese baile. Es que la gracia era apretarse mucho y luego despegarse y volver a apretarse. “ ¡Qué gordas!” A esa edad odiaba todo lo gordo y de golpe Nikita, que era la más linda, ¡era gorda!

El juego seguía, se juntaban y se alejaban. Los roces y las fricciones parecían ocasionarles gran felicidad y alegría. Parecían estar adheridas y pensé si no les dolería la separación, como duele arrancarse una curita después de varios días. Nikita movía sus pies y la estela de su movimiento llegaba hasta su cabeza. Espié para ver si les salía sangre, pero no pude ver.
Abrí un poco la puerta, por suerte no me escucharon pero yo sí pude escuchar: “iguales!”, “son iguales!”, ¡somos iguales! Ellas estaban disfrutando de su cuerpo pero yo pensé que igual era mucho más lindo ser flaca.

Entré y vi una lata de Nesquik y una cuchara. Goyita no me dejaba comer el chocolate puro porque me podía ahogar y morir. Pero lo probé igual.

Y ellas juntaron sus labios y eso era de novios y enamorados.

Salí y ellas ni se dieron cuenta. Después no me acuerdo, ni lo que pensé, ni lo que sentí, ni como llegué a casa. Mis recuerdos terminan siempre en un negro quizá en el momento donde debería empezar a hablar.

Pero a fuerza de recordar el recuerdo vuelve y se amplía, creo que pensé, estoy casi segura, algo así “están enamoradas… entonces Goyita no nos quiere. Ni a mí ni a mis hermanas”. Si pensé eso y me entristecí. Mucho.


Publicado en Lamujerdemivida número 37.

Yo confieso.


Hoy leí en un blog: Más pajero que autogooglearse es leer posts viejos del propio blog.
Yo confieso que me autogoogleo todos los días. Y más de una vez al día. Y me encanta. El autogoogle resuelve desde asuntos profesionales hasta las cuestiones más banales y mundanas. Pasar de leer una reseña de tu libro a encontrarte por ejemplo que alguien cuenta que vio a A. en una función de teatro independiente acompañado por la encantadora C, es un momento desopilante, casi. Porque transforma esa oficina mínima, que es la computadora, en una radio de pueblo, en chismes de sobremesa.
Una amiga fotógrafa, genial por cierto, me contó que se sacó fotos durante dos años, todos los días, a distintas horas. Para verse, para comprobar que su Yo no se había disuelto. Algo así, me sugiere el autogoogle . Puede funcionar como certificado de nuestra existencia , de nuestro breve paso. Pero autogooglearse es más pajero que leer viejos posts del propio blog, porque el autogoogleador no hace nada, no produce texto, es un parásito. Teclea su nombre por tercera vez en dos horas, sumido en la vergüenza por supuesto, para ver que se dice de él y no aporta nada, es un haragán.
Hay algo que da más vergüenza aun: googlear a un conocido . Juro que nunca googleo amigos como nunca los llamo en el medio de la noche aunque sepa sus teléfonos de memoria. Pero una vez googleé a una examiga escritora que hacía años no veía . Mi hijo definió al infierno como “Mucha vergüenza” y hasta la siento ahora, al contar esto. Me sentí como Swann espiando a Odette entre los cortinados en “En busca del tiempo perdido”. El clímax fue ver que mi antigua amiga solo tenía dos hojas y la confirmación de su caída en desgracia(¿escena deseada y temida?) me hizo cerrar el documento rápidamente, por supuesto muy avergonzada nuevamente.
Un escalón más abajo confieso que loca -- otra vez Swann merodeando la habitación de Odette-- a las 4 de la mañana con toda la casa dormida entré en un weblog de alguien que me daba celos. Ella solo escribe sobre su amor imposible . ¿Se trataba de A? La pregunta perforó mi Yo, mi realidad tambaleó, temblé, transpiré. Un segundo más tarde fui consciente que estaba en el colmo del entretenimiento. ¡Estaba actuando! ¡Era una farsante! Autogoogle, googlear a un ex amigo, espionaje en los diarios weblogs, deleite asegurado para Mi, mi Yo y mi otro Yo.

Publicado en Lamujerdemivida número 36.